martes, 19 de febrero de 2013

Camí de Sant Jaume, de Montserrat a Igualada


Visiones descarnadas de intimidades a cubierto

Hubo un día en que los medios que informan avisaron que se acercaba una ciclogénesis explosiva. Tamaño término pasó de la impresión a ser una expresión casi habitual y, por supuesto, tratándose de este país, al habitual cachondeo ibérico. Pero la amenaza meteorológica hizo su mella, quizá más que la contundencia de un término extraño pero explosivo. El miedo cundió y provocó que la etapa del Camí de Sant Jaume, prevista pàra el sábado anterior, hubiera que anularse. Una decisión muy acertada que evitó ver la realidad mojada y posibles afecciones a las vías respiratorias. “No siempre llueve a gusto de todos” pero cuando se pronostica tanta agua y luego la pluviometría lo certifica, qué mejor que aplazar la salida. Algo que para los peregrinos que se trazan una ruta y unos días para hacerla es un lujo no a su alcance. Para algunas decisiones, qué mejor que recurrir a expresiones ajenas: “El camino más corto entre dos puntos es el sentido común”.
El día de autos amaneció nublado y hasta lluvioso en la ciudad de origen. Sospechas de pronósticos que pronto se despejaron y la meteorología lo puso fácil. De Terrassa a Montserrat las nubes dejaron ver los perfiles de la montaña y la subida abrió los ojos a un mundo que parecía recién colocado ante las pupilas. La visión fue acompañada por un repaso a la situación de un país que da pena. La descarnada realidad no es fruto de la ficción. Quien solo ve los problemas lejos tiene la oportunidad de observarlos también aquí, aunque en cada sitio se camuflan con banderas, amores patrios y desfachatez encubierta por éticas falsas y egoísmo bancario. No se acuerdan de que los cementerios están llenos de millonarios y, luego, los sobrinos aparecen en cualquier esquina.

Parajes

En los aledaños de la ermita de Santa Cecília se bajó un destacamento inicial para iniciar el camino más largo del recorrido de la etapa. Pocas veces antes hubo una incursión previa de una avanzadilla selecta que sigue muy activa, aunque ya la sitúen entre las clases pasivas. Primero fueron, vieron, sudaron y lo contaron. Las explicaciones no aportaban detalles como para la deserción en una montaña tan querida. Pero a la hora de la verdad, ellos no se unieron al grupo inicial. Las sospechas dieron lugar a especulaciones diversas entre neuronas incansables. La climatología había lavado el paisaje y el camino parecía propenso a algún resbalón. El autocar se fue mientras el personal triscaba por un camino que empezó con confusiones. El experimentado guía aún parecía no haber despertado sus reflejos y su orientación eran las dudas. Encontraba el camino a base de la experimentación de la pérdida. Y dudó en voz alta: “¿el camino sería descarnado?” Hubo una pronunciada subida innecesaria, parecía que Sant Jeroni era el más vertical de los objetivos.
Sensatas caminantes rastrearon los entornos y dieron con el sendero adecuado, en paralelo a la carretera pero con unas vistas a horizontes lejanos y nevados. Hubo que encaramarse con la ayuda de una cuerda y con rústicas escaleras, se contuvieron los posibles resbalones y los pies jugaron un papel fundamental. El hielo componía etéreos dibujos en el suelo, adornos momentáneos en las hojas y esas pequeñas gotas que te refrescan cuando el invierno más bien exige calor. Los caminos paralelos son parecidos pero no iguales. Seguíamos uno más alto, con balcones hacia unos Pirineos cargados de reservas de agua, un paisaje que rezumaba de una combinación de lejanía y cercanos contornos, recorridos en varias ocasiones. Como decía Herman Hesse: “la belleza no hace feliz al que la posee sino a quien puede admirarla”. Creímos en la frase con la práctica.


Parejas

Pronto las paralelas perdieron sus características geométricas y convergieron en un punto apto para los placeres de la gula. Las mesas de Can Maçana sostuvieron viandas, bebidas y golosos postres. Detalles significativos no faltaron. La diversidad de menús individuales acabaron en un proceso de socialización. El guía, cada vez más humano y con dudas, sorprendió con un postre casero fabricado por manos femeninas. Alguien destapó la placidez de la vida en pareja, el idilio, esa sonrisa de quien se asegura calor humano al volver al dulce hogar, ese pensamiento que fluye en el éter romántico y se olvida de la exactitud del camino, quizá la incipiente papada símbolo de otras vidas o el inicio del incipiente abdomen caído. Quien decía esto lo había experimentado y no había renunciado a ello. La intimidad se enseña lo justo. Como tampoco nadie desechó el té aromático, el café almeriense, el perfume de las gotas de alta graduación y otros dulzores de la vida. En pareja o en solitario, el objetivo podría ser el que relataba Lair Ribeiro: “la vida no se mide por el número de veces que respiras, sino por los momentos en los que pierdes el aliento”. Éste podía ser uno más.

En marcha

Otra comarca a la vista. L'Anoia y su capital como objetivo final. De unas líneas paralelas a otras. Una carretera vital para Cataluña, famosa por rivalidades diversas transcurriría también paralela a la continuación del camino. Antes, subida para alcanzar más perspectivas del territorio y llegar a Sant Pau de la Guàrdia, urbanizaciones diversas, cruzar la autovía y seguir en paralelo a esta arteria de asfalto. Un camino propicio para conversaciones diversas, algunas repetidas, un punto descarnadas porque incidían otra vez en las artes de las entrepiernas de las cincuenta sombras de Grey. Con mucha carne al descubierto, las intimidades transparentaban ardores, placeres y rebuscadas artimañas para sometimientos diversos, planificados y consentidos. La ropa sobraba y el descaro acrecentaba el morbo de las situaciones. Pronto la conversación se nutrió de la buena literatura de Almudena Grandes y otras autoras que transmitían mejores estéticas con literatura más cultivada. Quien duda de casi todo aún no ha descubierto las fronteras de los límites y hasta puede recurrir al histrionismo de dramaturgos como Fernando Arrabal cuando hace poco decía: “Soy una instalación de mi caricatura”.

Esqueletos

Atrás el esbozo del túnel de El Bruc, con nombre sonoro y reminiscencias a timbales y batallas, adelante la entrada a Castellgalí con un edificio que podía ser el monumento a los tiempos actuales: sólo la estructura, sin nada que cubra las intimidades de los especuladores que lo abandonaron a su suerte. Deudas, impagos, sueños truncados y hogares imposibles, vidas cercenadas por crisis no pasajeras, culpables con corbata y camisa blanca, la pomposidad de declaraciones falsas. Intimidades a cubierto que se convierten en más opacas cuando se visten de palabras rimbombantes. Más allá, estrellas: en un bar la del logotipo de una cerveza; encima, otra estrella con colores patrios. Muchos símbolos colgados de los balcones, la libertad al aire y el afloramiento de aquel hondo pensamiento de un amante de independencias varias que se preguntaba en voz alta: “¿independencia, para hacer qué?”. Estrellas, marcas, productos que se empiezan a elegir ya más por el lugar de fabricación que no por el gusto y la calidad. Mientras, pueblos de paso, con poca vida, el camión como símbolo de modernas transhumancias, ruido y mercancías con destinos más lejanos.


Telas

Igualada parecía ahí pero era alargada. Antes, polígonos industriales con almacenes cerrados, naves en alquiler, camiones parados y nombres de ropas de toda la vida. Nadie dudaba de dónde son las princesas, los abanderados, los puntos blancos, los unnos o...buff.
Pues son del mismo sitio famoso por la industria de la piel. Los cueros y estar en cueros. La ropa y las intimidades a cubierto. El precio y las rebajas. Las ofertas y los outlets. La escasa tela con diseños diversos para que se conviertan en picardías. He ahí el atractivo de las compras, ya que pasábamos por aquí. Y ahí estábamos. Antes, un grupo acudió a aliviar la vejiga a una gasolinera. Días después, nuestro excelso rapsoda nos sorprendió con una acertada poesía y un verso punzante: “Se mean encima de nuestras cabezas y nos dicen que llueve”. En el centro de la capital, el personal parecía retirarse a sus aposentos. Alguien explicaba que en el balcón del ayuntamiento anunciaban algo sobre una nueva nación de Europa. Para llegar a más personas, lo tradujeron a varias lenguas. La que ocupaba el último lugar de la lista era tan desconocida...que la hablan más de 600 millones de personas.
Después de pasar por un pequeño homenaje escultórico a las chucherías, el suave sol del invierno intentaba calentar los cuerpos al sol de una terraza. Un momento idóneo para reintegrar dineros de loterías por un lado y, por otro, cobrar esos y algunos más. Aquí, nobleza obliga. En otros lugares, esta estrategia bancaria se ampara en las leyes de los mercados. Vivimos entre semánticas diversas donde, hasta en la ciudad de las telas íntimas, las mayores vergüenzas pueden hacer que se vean pero se disimulan con palabras confusas e idealismos muy utópicos.
Quizá alguna vez, para sobrevivir mejor en este panorama tan descarado, haya que ansiar el llamado síndrome de Stendhal, esa enfermedad psicosomática derivada de una sobredosis de belleza y placer.




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