sábado, 1 de mayo de 2010

Octava etapa del GR 3, entre Beget y coll de la Guilla

Devociones duras con final feliz


Grmanos y Grmanas



Las devociones hoy son variadas y ya no hay nadie que conduzca a los rebaños por el mismo redil, aunque a veces estas prácticas tan devotas son duras. Caminar es trasladarse pero también abrirse a paisajes diversos, y no sólo físicos. La cultura en fechas marcadas por un día al año tiñen todo de un manto literario desde el primer momento, pero perdura durante el resto de los días, con tanto grueso tomo como uno acapara a modo de despensa literaria para subsistir. Pero también hay oportunidades para prácticas diversas y destapes de (in)conscientes en público.
Los inicios fueron noticiosos. A pie de autocar alguien se presentó con el diario de la ciudad “recién cocinado”, y nunca mejor dicho si se tiene en cuenta que quien lo traía convive con una cocinera docente y practicante. Los principios fueron buenos. El toque cultural del día iría creciendo, aunque no sólo de la letra se vive.

Majestades

Hay quienes tienen tanto libro metido en la cabeza que, cuando hablan, degluten cultura bien digerida. Aquí los ojos del personal se han paseado por muchas páginas, pantallas, pizarras, países y hasta conciencias. El nivel es alto y el lenguaje puede usarse también para jugar a equívocos, frases con tres sentidos, traiciones de las estructuras, insinuar más que decir, o explicar las cosas tal como se te pasan por la cabeza. Pero lo mejor es cazar a alguien por lo que no quiso decir, que es quizá en lo que estaba pensando. La memoria aún funciona bien y quienes caen en la tentación de recordar otros tiempos, pronto huyen del tópico de la nostalgia para decir que eso ahora se llama tener memoria. Por tanto, el mejor sudoku es asistir a un GR. Es aquello de las batallitas de cuando yo estudiaba, de qué hacía con mi adolescencia, o de si aquello era esfuerzo y esto es placer fácil. O, también, hablar de temas actuales: esquizofrenias simples (tal cual), problemas mentales, juventud divino tesoro, o qué había debajo de las sotanas. Y tratar sobre temas duros pero claros. Se detectó en el autocar cierta dama que presumía de probar libaciones diversas con graduaciones etílicas variadas. Ante la extrañeza de su cambio vital (ella que venía del deporte), alguien le preguntó si a su edad ahora se había tirado al vicio. “Yo lo que tenía que hacer era tirarme a un hombre”, fue su sincera respuesta. Devociones que, para consumarlas, necesitan de bastante dureza. Y, en el viaje de vuelta, le puso nombre y apellidos al sujeto en cuestión. Al momento, un hombre versado en medicinas diversas, ante el cuadro clínico que observaba, diagnosticó que lo que se necesitaba era añadirle bastante bromuro al vino de la bota.
Si de lo eclesiástico se trata, este grupo sufrió cierta tomadura de pelo por parte de Sa Majestad. Tan viajera es la afamada figura que, después de acudir a exposiciones varias en Barcelona, ahora no estaba en su sitio. Pasaba la ITV en Valldoreix, chequeo y revisión no anunciada por los lugareños hasta que estás dentro del recinto sagrado y compruebas que, una vez más, te han engañado previo pago de la entrada. Menos mal que la devoción debe ir por dentro, si es que la hay. Nadie te dice nada hasta que apoquinas el pecunio estipulado y luego te encomiendas al Señor y dices para tus adentros: “Perdónalos porque otra vez me han estafado”. Esto no debe tener relación con las anécdotas contadas sobre la educación en seminarios, el mamporro y la humillación. La versión moderna también se trató, con esos magreos, tocamientos y demás profundizaciones de pederastas amparados por algunos de la curia y vilipendiados por la mayoría. Excepciones lamentables. Un gran dibujo allí en medio de una iglesia espectacular, con un nativo que el único arte que demostraba era el cobrar y expedir el papelito del tiquet y poca cosa más. Hasta estos lares y en estos tiempos uno se siente en manos del destino, admirando la gran obra arquitectónica como consuelo final.
Claro que, para alivio del gaznate, el restaurante Can Jeroni esperaba al respetable con la cafetera encendida. Ante lo divino siempre hay recursos más humanos y placeres momentáneos que animan. Mientras los modernos inodoros aliviaban las vejigas matinales, el café corría por las venas para enfrentarse a la primera gran subida. Tertulia, relax, agua de la fuente y momentáneo olvido de lo que debía venir. Después de la devoción, la dureza de la primera subida hacia la zona de oración. Parece que seguimos en un entorno litúrgico.

El oratorio

Cierto. La primera subida templó los ánimos y empezó a situar a cada uno en su sitio. El estiramiento del grupo era lógico, con Beget allá abajo en medio de un pequeño valle con paisajes que despertaban del letargo invernal. La primavera hacía intentos para anunciarse en unos caminos del exilio, sendas pisadas por aquellas gentes que tuvieron que huir a la fuerza en aquellas guerras aún no apagadas, con jueces condenados por querer destapar duras realidades y enterrar a los muertos como se lo merecen. Los de siempre siguen “dando guerra”.
Como que la hora de partida era muy temprana, no pareció que el café saciara al personal. Apenas dos kilómetros recorridos y hubo que parar a reponer fuerzas en el coll de Golofreu, a 940 metros, no tanto por orar a Sant Antoni de can França sino para encomendarse a la mástica y a otro santo. Después de los postres sí que hubo oraciones pero a santos profanos. Allí se cumplió con la promesa de traer alcoholes leoneses y, de paso, elevar el nivel cultural y profano del respetable (no todo va a a ser sagrado) invocando todos a Genarín, “santo” protector de esta etapa, junto con el Sant Jordi más literario. Genaro se comportó y, después de recitarle los consabidos versos: “Y siguiendo sus costumbres/que nunca fueron un lujo/bebamos en su memoria/una copina de orujo”, el orujo de dos clases corrió por las venas, como si tuviera un efecto de empuje para las próximas subidas. No obstante, hubo quienes notaron los efectos de tanta celebración, y atribuían a Genarín la causa de no subir bien. Pero subieron y éste podría ser el quinto milagro de tan ilustre y añorado santo leonés, muy “bebido” en la noche del Jueves a Viernes Santo en la capital leonesa.

Fronteras

El grupo se acercaba a uno de los pasos más desgraciados del final de la Guerra Civil española, el coll de Malrem. Ahora un pastor eléctrico te hacía saltar para evitar sentir el suave crepitar de la entrepierna, el cosquilleo en los bajos. Pero entre finales de enero y febrero de 1939, por aquí tuvieron que huir más de 5.000 exiliados. Muchos actos se han celebrado en este lugar a 1.130 metros de altitud, hoy paseado por franceses a la búsqueda de setas primaverales, vacas entregadas a sus quehaceres y excursionistas diversos que ríen para no llorar por tanta ignominia. El recuerdo es para ellos.
La bajada discurrió por el margen izquierdo de la riera. Aguas ya francesas y cruce con nuestros vecinos del norte. En el paisaje humano llamó la atención una moza decorada con los colores de la bandera catalana, sin saber uno de los idiomas de la Catalunya Nord. Detrás venía él con bastante cansancio encima ante el tirón de la joven. El espino albar ponía las tonalidades blancas en medio de prados alpinos, bosques caducifolios de castaños y hayas y tiernos despuntes de hojas de tonos verdosos muy claros.
Pronto La Menere, en el alto Vallespir, a 778 metros de altitud, se presentó como un pequeño núcleo poblado que te recibe con una tienda que copia el nombre del camino del norte, una fuente con agua no tratada que sabe mejor que la de tantos tratos de las ciudades y un lavabo público. Un detalle francés a tener en cuenta, así como el disponer también de una depuradora. Son esas notas diferenciales del territorio hermano. El pueblo quedaba atrás y la subida, delante.
De hecho, la ascensión no paró hasta el final. Sobre el trazado del camino se ocupó nuestro guía. Profundizó en el el discurrir orográfico del recorrido y llegó a la conclusión de que iba por mal sitio. O sea, según este hombre creíble y muy versado en conducir mesnadas andarinas, no tenía sentido dar un gran rodeo para llegar al destino final. Según él, quien lo trazó, no tuvo en cuenta la lógica. Delante lo que había era un espectacular bosque aún desnudo, con multitud de castaños grisáceos que esperaban que la naturaleza les hiciera cobrar vida de nuevo. Y tú allí en medio de tanta altivez, pensando en que ante aquello eres un ser insignificante y no más importante de lo debido.

Milagros

El final de una parte de la subida sirvió para reposar, esperar al grupo y situarse en un lugar muy cercano a Notre Dame du Corral, enclave religioso. Quizá fuera por estar al lado de un nuevo oratorio o por influencia de San Genarín, pero allí mismo se produjo algo parecido a un milagro tecnológico. Un Grmano que llevaba un walki-talki, lo tenia en la parte baja del el bolsillo, ésa que casi roza otras partes, y de pronto se le puso a vibrar. Notaba cierto cosquilleo extraño muy cercano a sus entrañas erógenas y vio que no había apéndices humanos al lado, ni propios ni extraños. Aquello no era normal, la función de vibrador se desconocía. La antena del aparato, de cierta dureza, también se agitaba con fruición, igual que el resto de la máquina. Tamaña excitación tuvo que ser cortada de cuajo a base de desmontar la fuente de alimentación, faena que costó bastante. Se desconocen los porqués pero ahí queda el consuelo con la máquina.

Col de la Guilla y el final

La fuerte subida, cercana a una casa, desembocó en el coll de la Guilla, a 1.194 metros de altitud, un lugar donde antes decían que se veían caballos salvajes y hoy se ve la amplitud de un paisaje abierto, una carretera serpenteante y el autocar que esperaba para la consumación de la jornada en un restaurante de Espinavell.
Coll d'Ares nos introdujo en el valle de Camprodon y nos condujo al pequeño pueblo donde el restaurante Les Planes nos esperaba, con una señora muy versada en servir embutidos y platillos propios de la zona. Buenos manjares para el apetito provocado por tantas subidas.
Y allí discurrió la otra parte del día, la alimentación del cerebro que provocará una mejor mente y un gran corazón. Antes, unos versos muy bien recitados por quien sabe mucho de competencias lingüísticas y habilidades lectoras. Después, quien tiene su corazón colmado de gozos recurrió a una obra literaria muy bien aconsejada. Al parecer, ya se la había leído antes. Se le notaba en la claridad mental de sus palabras y en las continuas apelaciones a tratar bien el corazón. Últimamente él es un experto. Día y noche. Un gran libro que, de la mano de Valentí Fuster y Luis Rojas Marcos, nos ayudará en el arte de mejorar. Y una copa de cava que hay que agradecer a quien el día anterior celebró su santo, en honor a libros y a rosas. Un final feliz.


Como no podía ser menos, ante tanta literatura, recordemos las palabras de Franz Kafka para finalizar:

“Un libro tiene que ser el hacha que rompa nuestra mar congelada”



Evaristo
Terrassa, 1 de mayo de 2010

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