domingo, 9 de noviembre de 2008

Etapa 11 del GR1, entre L'Espunyola i la Vall D'Ora




Cuando la impresión es la belleza


GRMANAS Y GRMANOS


Hace tiempo que no pasaba pero ocurrió. Mientras la lista de fijos y provisionales en GRMANIA tiende a aumentar, la presencia y asistencia a esta etapa rozó números desconocidos. Bajo mínimos en un tiempo otoñal, con la belleza rozando los sentidos. Quien tiene sus neuronas al máximo rendimiento (no será este plumilla) tiraba de anales y de disco duro para retroceder en el tiempo y hallar aquella salida. Pero tampoco la recordó. No obstante, las ausencias se perdieron impresiones puntuales muy bien fotografiadas en las retinas individuales. Hacía tiempo que no había tantos colores, tantos matices, tantas continuas subidas y bajadas, tanta perspectiva del Prepirineo por un lado y del Solsonès y el Berguedà por el otro.


La incógnita

Suscitaron muchos comentarios las ausencias. Incluso los hubo que situaron en su GPS mental la posición de quienes físicamente se dedicaban a otros menesteres en aquel uso horario. En tierras asiáticas había una enviada; a otros se les imaginaba delante del espejo, acicalándose a fondo, haciendo filigranas para acertar con el nudo de la corbata para celebraciones de alto copete o colocando la pluma del sombrero en erecta posición; había quienes estaban convalecientes o dedicados a asuntos laborales diversos. Un ilustre indicó que su mujer “estaba pinchada”, motivo por el cual no vino. Él se presentó en el autocar con el perfil de la etapa en papel, tan ennegrecido que impresionaba antes de comenzar. También hubo un grupo no hermético, pero sí reservado, que dedicó bastantes minutos a profundizar en una nueva palabra que aumentaría su diccionario personal. Dicho término vino suscitado por alguna notable ausencia.

Pistas

A lo largo de esta epístola irán apareciendo pistas para descubrir no a la persona pero sí al término conceptual. Si cada etapa es un pozo (de ciencia, de sudores, de técnica, de confusiones o de resbalones) en ésta ese círculo no reservado habló de tal vocablo. Para encontrarlo, las pistas serán palabras subrayadas. ¿Quién lo descubrirá?

Túneles

Como siempre, las tertulias viajeras dependían de la situación de cada sector en el armatoste con motor y ruedas conducido por “el señor de los anillos”. Las antenas recogen ondas pero no descifran todos los mensajes, quizá debido a las interferencias acústicas o a futuras necesidades de sonotones. Donde más ruido se concentra, atrás, se apreciaban más los estados previos a la somnolencia que supuestos discursos inteligibles. La crónica viajera se centraba en tejer una relación entre los gritos y modales educativos de las monitoras de comedores escolares con lo que debe querer decir la educación, versión nueva LOE. También alguien apuntaba una curiosa apreciación educativa. Como su centro escolar estaba al lado de la vía del tren, su equipo estadístico había anotado que una clase es igual al paso de cinco trenes. O sea, la educación física era un ejercicio sonoro: a más traqueteo ferroviario, más silencio y menos sudor. Se desconoce si la empresa lo tenía en esa escuela como infiltrado para verificar la puntualidad del servicio. También era otro motivo de diálogo el trabajo de las máquinas para hacer túneles, como los de la carretera en dirección al inicio de etapa o en los trenes de Terrassa. Claro que hubo para quien la palabra “tuneladora” le remite a otros pensamientos. Máquinas con armazones en espiral que entretuvieron la parte final del recorrido, con el último punto en donde el panadero comenzó a servir hogazas de pan a senderistas amantes de los gustos de antes.

Animales

Nada más empezar, las primeras marcas se vieron muy bien vigiladas. Un perro atado daba vueltas y ladraba con ímpetu. Abrió paso quien aún recuerda malas experiencias con canes pero con un valor evidente. El grupo iba ganando en altura poco a poco. Las lluvias y el ambiente otoñal invitaban al resbalón involuntario. Fue lo que hizo este escriba. Caída escorada y con contundencia. Aún conserva muescas en su pierna y codo. Aquellas piedras parecían tener una baba por encima, disfrazadas de ese verdor sospechoso. Las gomas de los bajos (de las zapatillas) no protegen y se dejan llevar por la humedad.
Otro animal casi nos cerró el paso en mitad del camino. Bien oteado por mentes aficionadas, se debatió su nombre vulgar: salamandra, salamanquesa, dragón. El reptil se salvó por esa mentalidad conservacionista que protege nuestras conciencias más que a los animales. Antes posó para una sesión fotográfica informal.



Hongos

La subida serpenteaba por senderos, caminos más anchos, paso de rieras con agua, charcos y muchas setas. Y si se dan éstas, abundan ellos. A estas alturas, pocos todoterrenos se veían y menos caminantes con el cesto. Este plumilla se atrevió a decir en voz alta que por aquí no llegan ni los abuelos. Palabras mal dichas, pues alguien del grupo matizó: “Por lo menos uno sí ha llegado”. Cierto, aunque él no cogió ningún fruto del bosque. Otros y otras sí que lo hicieron: “cogían, miraban, cazaban o no se enteraban” de las setas. Al lado del camino había alfombras de fredolics, en cualquier sitio aparecía el rovelló (más con gusanos que sin) o alguna llanega muy pringosa. Y también los típicos restos de basuras diversas de boletaires, excusionistas o cazadores antinaturales.

Poyetes

La reagrupación del personal se vio algo entorpecida por estiramientos boletaires. Caminar y buscar no es del todo compatible, con retrasos globales como efecto colateral. Con esperas incluidas, también hubo bolsas repletas y el equipo de transmisiones que se desgañitaba con invitaciones al “agrúpense, por favor”. Esta vez, también se aprendió y mucho. Para demostrar que andar con bastones alivia el cansancio, quien de física sabe mucho acudió a leyes de la termodinámica.
Dicho lo cual, las fuerzas invitaban a la búsqueda de un espacio donde satisfacer algunas necesidades primarias. El entorno era idílico, con los bosques que parecían una paleta de colores, un horizonte amplio lleno de brumas que no desdibujaban los míticos perfiles de La Mola, Montserrat o el Montseny al fondo. Y un presente con explanadas ocupadas por coches, masías dispersas y el camino que asciende. Se cree que sería la subida de las ganas de comer lo que hizo suspirar a una moza por un poyete. Debió dejarlo caer con una entonación tan placentera que las insidias verbales pronto la persiguieron. Los sabuesos de la lengua la invitaban a matizar pero ella quería el poyete. Otra ilustre que iba a su lado le ratificó que el trasero femenino como mejor está es “apoyado en un buen poyete”. Pues... a buscarlo.

Apoyos

En un desnivel del terreno ellas se consolaron. No había lo que buscaban. Pero las vistas eran espléndidas, debajo de una línea eléctrica que se perdía en el horizonte, estableciendo a su paso un cortafuegos artificial. Tanta energía suscitó múltiple terminología a medida que los estómagos pasaban de la formalidad de la comida a la diversidad de los postres. Mientras, ellos hablaban de alguien ausente que buscaba ampliar conocimientos muy terrenales, muy rastreros, con toques ascendentes. Otros imploraban a Murphi cuando decían que no cogían setas porque, si hubiera una venenosa, le tocaría a él. O hubo persona muy versada en ordenadores que comparó la cabellera de su cabeza con una urbanización: una rotonda en medio y dos despejadas entradas a los lados. Bien apoyado estaba el grupo, pues en tres cuartos de hora de condumio aparecieron castañas asadas, variedad de frutos secos, tés y cafés, frutas y esa libación artesana de ella que alguien denomina el “whisqui hippy”. Éxito total.

Temas

El arranque fue en cuesta. Las marchas del motor entraban lentamente. Había que afrontar la parte más dura del mapa expuesto en el autocar. Era una pequeña cresta con un camino franqueado por alambre espinoso. Detrás había cuernos. Bosques de altos pinos con matorrales y pradera donde las cornamentas enfocaban hacia abajo. Ellas comían y no mostraban interés por senderistas que comenzaban a sudar. Las vacas sólo dejaban sus grandes huellas en sus defecaciones recientes. La senda subía e invitaba a alguna confusión. La belleza te engullía mientras el almuerzo producía efectos colaterales. El perfil de la cresta enfocaba hacia el valle del Llobregat más abierto. Pero pronto las constantes curvas ascendentes te abrían los ojos a más paisaje, más perspectiva y unas ruinas de lo que debió ser una iglesia, una masía y unas placas solares a modo de toque contemporáneo.
La cabeza del grupo paró, vio, observó, se fotografió y reflexionó. La instantánea digital era un cuadro diverso, formado por las ruinas atrás allá en lo alto y los rostros andarines delante. Pronto la socarronería apareció con juegos de palabras en torno a “ruinas”: “los de la foto somos o no somos una ruina, mucha gente está arruinada con la crisis, pronto estaremos derruidos, acabaremos el GR en un estado ruinoso”. A aquellas alturas también se pensó en qué estaría haciendo quien faltaba por motivos académicos. Nosotros, tan altos y esa persona, tan baja. Muy abajo para ver todo mejor y profundizar en un término con toques placenteros, si bien ese placer no a todos le gusta ni le convence.
Más adelante, un gran balcón natural mostraba mejor lo que la naturaleza ofrece de forma gratuita: vegetación, verdor, visibilidad, vida. Alguien miró al cielo y atinó a identificar supuestos buitres. Ellos volaban tan alto. Deben ser mejores que los que van a ras de tierra. También es donde está el objeto del trabajo de nuestra incógnita ausente.
El camino siguió bordeando pendientes, “tosales”, siguiendo bordes resbaladizos con buenas vistas a una carretera y masías bien protegidas por vehículos de boletaires. Ella aprovechó el tiempo para ofrecer una lección de anatomía. Aseguraba que existe una relación entre el tamaño de la nariz con otros tamaños. Parece ser que fue una de las sesudas conclusiones a las que llegó de su viaje a Turquía. Decía que los de este país disponen de una buena tercera dimensión, de una larga conversación, acorde con su apéndice nasal. Como en todo estudio científico, sólo falta demostrarlo con pruebas prácticas comprobadas in situ. Otra prueba más de que caminar es un continuo aprendizaje. Aunque quien no está aquí sigue el rastro para ver si es verdad o no que la belleza depende de su objeto de estudio.

Finales

La parte final del camino fue una agradable bajada hacia la Vall d’Ora. El tiempo se iba consumiendo y se optó por acortar la etapa. El pont de Llinras estaba al otro lado de la montaña, lo que obligó a nuestro hombre del volante a dar un rodeo para entrar en una zona sin cobertura de telefonía móvil. Allí, al lado del monumento a Guifrè el Pilós, junto al museo de la Vall D’Ora, nuestro experto en GPS y físicas diversas se recuperaba de los gajes del oficio. El personal estaba por tierra esperando. Una avanzadilla buscó las antenas de la letelonía para salir de dudas y contactar con el conductor. Pero pronto llegó con una sonrisa de oreja a oreja. Manifestó que este territorio él ya lo conocía y nos regaló un profundo mensaje al vernos: “Mira que sus lo tengo dissso, habeijj de confiajj mah en mí”.
El encuentro acabó en diversas mesas de un bar de carretera, al sol que más calienta en esta época.
Y también las pistas debían ayudar a descubrir la nueva palabra y el objeto de estudio de ese alguien ausente del GR. La respuesta, incluida en el enlace de la palabra, es la HELICICULTURA. Se trata de la ciencia que estudia un animal rastrero, que deja babas, tiene cuernos o antenas retráctiles, en Lleida son el centro de una fiesta y en la tele recurren a su baba para vender milagros estéticos. Nuestros caracoles son el centro de nuestro descubrimiento y de su estudio.
Llegados hasta aquí, con buen diccionario y conocimientos de idiomas diversos, he aquí una cita en francés de Ralp Waldo Emerson, colocada en una tienda de deportes de Aix-Les-Termes:

“Bien que nous voyagions de par le monde pour trouver la beauté, nous devons l'avoir en nous-mêmes ou nous en la trouverons pas”


Evaristo
http://afondonatural.blogspot.com
Terrassa, 5 de noviembre de 2008

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