domingo, 4 de noviembre de 2007

Segunda etapa del GR 1, entre Llampaies y Banyoles

Entre la diversidad de paisajes y la uniformidad de olores


GRmanas y GRmanos:

De cómo los más veteranos no son los más “rodados” – ¿quién buscaba sillas vacías? - sobre caminar a la sombra del Canigó – sobre el rekuerdo (con K) del final, al principio – sobre animales sin efecto Axe –sobre obeliscos vegetales- sobre remos, remadas y ….- de mares interiores en otoño- sobre bodas, botellones y calentones. Sobre poesías encima del agua que hay que pisar.


Cuando parecía que al día siguiente el rugido de la élite de los motores hacía soñar a más de uno con milagros de alta gama, la realidad se acercó hasta la primera parada en forma de un veterano profesional que casi se estrenaba con su vehículo de treinta y siete plazas. No había dudas de que la FIA no andaba detrás de posibles alteraciones técnicas. No era por eso que alguna puerta no se abría, que la marcha atrás parecía no sincronizada o que los botones del tablero casi eran unos desconocidos puestos allí para ser descubiertos sobre la marcha. La apuesta se simbolizó en ese cruce general de dedos para que las sorpresas no fueran más allá que para risa y jerigonza global. La veteranía dice que es un grado pero en esta ocasión pudo más la suerte que la experiencia. No obstante, la experiencia de pasar por tantas manos hace que el grupo andarín acoja cada nueva cara al volante como un bautismo más.

Camino sin sillas

Llampaies, principio hacia el mar Mediterráneo. Llampaies, principio hacia ese mar interior llamado Lago de Banyoles. Dos direcciones contrarias que forman parte del mismo GR, que tienen en común superficies más o menos llanas con montículos, con un final en grandes masas de agua, sean dulces o saladas. Y con otro final común: botellones a la orilla de ambas superficies. En medio, no había las tan buscadas sillas pero sí animales; no se olía a cautivadores y femeninos (se supone) perfumes pero sí a quienes desconocían el humano efecto Axe; no se apreciaban barcas pero sí asfalto en todas direcciones; no había frutas para degustar pero sí campos y más campos con algunas hortalizas bien visibles y bien valladas; no rugían las olas en la orilla pero sí zumbaban tantos y tantos camiones o motores de fin de semana, dejando en medio idílicas masías perturbado su bucolismo campestre por el rugido de veteranos (estos sí) camioneros o por el tubo de escape de tantos y tantos cerdos productores de carnes y derivados olfativos. Sillas, algunas en las masías abiertas; sillares, en los arcos de las más antiguas; sillones, en alguna terraza con abuelos al sol. Pero de las otras sillas, ni rastro.

Recuerdos del final

Entre los 120 metros del nivel del mar del punto de partida hasta los 165 de la llegada a Banyoles, el paisaje sorprendió con pequeños toques de atención para no caer en la monotonía. Muchas barriadas, agrupaciones de casas, masías solas, establecimientos agropecuarios, cruces diversos a carreteras de más o menos solera, un continuo sorteo de caminos bien marcados que también enseñaron nuevas marcas. Hasta aquí llega la brocha del grupo terrassense que ha marcado con señales amarillas y azules la vieja vía romana denominada Vía Augusta. En muchos tramos no deja de ser la referencia más antigua por la que se guiaron para las modernas autopistas o para esa otra vía paralela con nombre de AVE, aunque le cueste iniciar el primer vuelo.
Las ondulaciones del terreno brindaban los tonos ocres de las tierras aradas, con rectos surcos que se perdían en la distancia, si es que antes la lluvia no los había desdibujado. O se alternaban con esos campos de maíz para ser convertido en forraje o triturado para el invierno. Son los contrastes del otoño en unas tierras que se columpian entre el Alt Empordà i el Pla de l’Estany (si miramos el terreno, lo de alto y llano daría pie a más de una tertulia), situadas en medio de cadenas montañosas a lo lejos y, aquí cerca, pequeñas poblaciones como Orriols. Parada y fonda. ¿Dónde? Qué mejor lugar que a la sombra de la pared del viejo cementerio, en un antiguo entorno parecido a una plaza con una calle que va al castillo y otra a la iglesia. Al lado, el cementerio viejo. Y aquí, botas, condumios, cafés y líquidos varios. Son momentos más para disfrutar que no para leer la inscripción que recuerda lo inevitable. Quizá fue escrita por un ácrata de los de la K (“tanka per a l’entrada al cementiri”), pero sus humildes versos debían pretender poner las cosas en su sitio:
No tan sols els vius
Sense memòria es perden,
Vianant
Aquest és el lloc,
Teva és l’ombra
Ressucita ara els teus morts

Versos quizá premonitorios de otro casual encuentro en Banyoles con alguien relacionado con la muerte, un ser andante que guía a vivos y a difuntos, como descubriremos después. Y versos que tienen otra continuación también al final, en Banyoles. Y un tema, éste, que hizo proclamar al escritor ruso Dostowiesky, que “Europa es un cementerio”.

Obeliscos vegetales

La comarca presuntamente llana era una suma de contrastes ondulados. Las suaves lomas dibujaban olas en un terreno amable, o en barbecho, despejado de vegetación en general aunque también protegido por masas boscosas bien cuidadas. Un paseo muy agradable por caminos abiertos unas veces, o amparados otras por muchas encinas. La verticalidad se manifestaba en las boyas metálicas para guardar y distribuir el pienso en las granjas, construcciones metálicas que asomaban y anunciaban que esos animales tan limpios y gustosos se engordaban al lado. Pero, sin duda, eran las viejas encinas las que parecían monumentos vegetales en los patios de algunas masías. Se presentaban en medio de la zona de entrada, rodeadas por cemento y allí entronizadas como la mejor decoración para recibir al posible visitante. Árboles centenarios considerados con el mayor respeto posible, símbolos de muchas generaciones de antepasados que las vieron crecer con esa lentitud propia de algunos vegetales mediterráneos. Herencias que transmiten un gran respeto por la naturaleza y por el trabajo bien hecho. Ellas allí y nosotros aquí, viendo los diferentes rostros del Pla de l’Estany.

Animales en clausura

La zona, una de las más habitadas de Catalunya por animales de granja, ratifica a sus inquilinos por su típico olor. Profundo, de aquellos que no hace falta respirar hondo por si se acaba. No. Permanece con insistencia, sin efectos Axe o disimuladas impregnaciones para hacer oler lo que no es. La alimentación tan industrial diseñada por laboratorios brinda estos resultados. Cerdos en serie, carnes según la fluctuación de la lonja de Bellpuig y uno de esos animales de los que se aprovecha todo. Y también asomaban ya algunas ocas y patos, quizá importados de los vecinos del norte, allí donde su carne es tan habitual como aquí otras. La producción en serie nos alimenta.

Espíritus literarios

Pasadas algunas casas de recreo o de inversión, de las que te hacen imaginar la supuesta opulencia ajena, la llanura permitía ver la sierra Transversal al fondo. Además de tantas antenas como se ven por todos los puntos más altos, destacaba una atalaya literaria. La Mare de Deu del Mont despuntaba como símbolo que permitió a Jacint Verdaguer allí escribir su obra “Canigó”. Se veía al fondo y uno se imaginaba al cura de Folgueroles allí recluido escribiendo versos tan afamados. Es el mismo cura del que también vimos la casa donde murió en aquella etapa que pasaba por Valldoreix. O también, ya de nuevo bajando de las alturas, aquí al lado la imaginación te llevaba a Javier Cercas, a buscar el santuario de El Cullell, donde Sánchez Mazas y los suyos se convirtieron en protagonistas de “Soldados de Salamina”. Una zona ya descubierta al turismo, como muy bien demostraba uno de nuestros andarines, destacado guía de la romería nocturna. Él ya había experimentado en su cuerpo y mente este recorrido, lo que confirma aquella teoría ya expuesta: nombre turístico que cites en un GR, seguro que alguien levanta la mano y dice: “Yo ya estuve allí”.

Cerca, Banyoles

La llanura cercana a esta población brindaba de nuevo ese paisaje que parece una transición antes de entrar en zona volcánica propiamente dicha. Los campos de al lado acababan en Banyoles, una vez franqueada la carretera de Girona a Olot. Entrar en esta población, famosa por tristes exposiciones de humanos disecados y apergaminados, es también observar esa realidad de mezclas de razas y de personas, de convivencia diversa y tranquila entre gentes de muchos lugares. Como las calles desconcertaban, uno va y pregunta a quien iba bien vestido repartiendo sospechosos papeles. Se le veía muy habituado a tratar con los vivos. Sus indicaciones fueron muy completas y precisas. Pero, por lo que llevaba, también conocía muy a fondo el “Polvo eres”: era un operario de la funeraria que repartía recordatorios de un entierro. De aquellos cementerios pasamos a la antesala de lo que nos espera.
Y, al lado del lago, ya nos esperaban quienes ya lo habían pateado porque el veterano conductor los había trasladado aquí. Aunque sólo hicieron la mitad del GR, seguro que la espectacularidad de la masa líquida les obligó a recorrerlo a pie.

Botellones, remos, calentones y celebraciones

La sede de las pruebas de remo y piragüismo de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 estaba espléndida. La superficie lacustre parecía un gran mar de los de tierra adentro, con sus pesqueras, con esas pequeñas edificaciones que parecían flotar encima del agua, barcos de paseo y otros deportivos, de esos de remar. La tranquilidad imbuía un ambiente otoñal: plataneros y otros árboles de ribera que rodean el lago, ya con los colores ocres y amarillos de las hojas, ya con sus ramas cimbreadas por el aire. Mientras el agua y el botellón mojaban exteriores e interiores, allí sentados se podían apreciar esas fotos hechas aquí por Navia, de las que decoran artísticos calendarios de pared: en un momento dado la brisa provocó la caída de mortecinas hojas sobre el agua de la orilla, mientras al fondo los patos y las gaviotas se dejaban mecer por las suaves olas del agua y, en medio, algunas piraguas se abrían paso a base de mover los remos. Estampas que permanecen en la retina como auténticas combinaciones paisajísticas, parecidas a las que los pintores de la escuela de Olot recogen en sus cuadros.
Mientras el lago se ofrecía tal cual, la doble fila de cansados y hambrientos andarines se dedicaba al agradable arte del comer y del beber. Al lado de un cartel con prohibiciones varias, se consumó la alimentación a pesar de estar fuera de la ley. Neveras desplegadas, bebidas frías y condumios varios. A los postres, sorpresa y agradecimientos al padre (y ya suegro), al marido, a Marta y a Martí (que no haya malos pensamientos como si los dúos ya fueran tríos). Qué detalle la invitación a tarta y a Martí Sardà, el excelente cava que sirvió para animar posteriores elucubraciones relacionadas con el calentamiento global. Nuestro compañero de caminos y su hermano nos deleitaron con esas burbujas tan celebradas.
Claro que la subida del nivel alcohólico les sirvió a ciertas personas para contemplar con otros ojos a quienes se afanaban en fortalecerse con los dos remos. Aquéllos allá moviendo esas dos extremidades artificiales en el agua y ese reducido colectivo, a la orilla, entregándose a ensoñaciones fruto no de la inocencia de la edad. Llegaron a imaginarse qué hacer con terceros remos en las piraguas, cómo manejar este último y cuál sería el manual de instrucciones para elucubraciones más que eróticas: remo, remada y…
Pero no todo quedó ahí a la orilla. De nuevo en el autocar, acomodados los cuerpos a los duros respaldos, la imaginación de las burbujas siguió trabajando y produciendo piezas insinuantes de alto calibre, hasta que el sueño reparador situó las lenguas en su sitio y el cerebro al ralentí.
En la orilla del lago, a nivel del agua, también estaba presente la poesía. No se asemejaba a la de aquel cementerio de Orriols, ni a la de “Canigó”. Eran unos versos que se pisaban. No quedaba más remedio. Para acceder a la Oficina de Turismo de Banyoles la sorpresa era un paso con el agua debajo y un vidrio que había que traspasar, el cual te brindaba la posibilidad de ver, leer y pensar en un halago más a este lago para recordar:
Cada color del mon
se t’encomana, estany,
cal.lidoscopi cristal.lí
blau cel del cel
en pau i blaumarí
quan et xarbota
un cop de tramontana,
tens segon com,
foscors de serralada
o bé t’imagines
del gris blanqiinós
dels núvols
i tot d’una et fos verd
si presagies
la tamborinada
J.N. Santaeululàlia
2006


Evaristo
Terrassa, 25 de octubre de 2007
http://afondonatural.blogspot.com

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