miércoles, 22 de noviembre de 2006

GR92, etapa de La Fosca a Sant Feliu de Guíxols

Por sus huellas no los conoceréis


GRmanos y GRmanas,


¿Un camino con continuas subidas y bajadas, muy acondicionado en muchos tramos, pista americana en otros, y en proceso de embellecimiento con granito en algunos? ¿Una senda donde las huellas que dejas se borran de forma natural? ¿Un sitio donde los túneles te sorprenden con vistas inesperadas y donde, desde lo alto, la vista es de foto ilustrativa de libro de estudiantes? ¿Un camino donde no hace mucho todo era una alfombra textil (de toallas y pareados) con intenso olor a bronceados y fritangas? ¿Una senda con poblaciones encadenadas que representan el mayor estatus de la zona, incluidas la Baronesa y su difunto y beodo barón? ¿Tantas huellas de ricos con buen gusto?
Todo debe formar parte de una realidad expresada en aquella pintada que había en una pared al lado de una playa por donde pasamos: “Mundo Guay”.
Tales incógnitas se despejaron a lo largo de una etapa que transcurrió por la más típica costa brava, ésa que a los niños del interior nos hizo ver las diferencias que había entre la bravía costa de aquí con la habitual imagen de mucha arena y muy extendida hasta el infinito y más allá de lugares más planos. El “bressol” de la Costa Brava dicen que anda por aquí y, junto a estos estímulos paisajísticos con belleza de alto standing, siempre se enganchan los pudientes que pueden instalar sus reales en sitios con habitaciones con muy buenas vistas. Todo tan bien que hasta han sometido al GR a encajonamientos varios, lo han delimitado por vericuetos y zizgzags propios de un zoco de ciudad árabe, o han cambiado su curso hacia el interior para salvar mansiones o entradas con barca.

Los inicios

Muchas personas aunque menos de las previstas se dieron cita a las horas convenidas y con un autocar puntual por primera vez. ¿Paradas? Casi servicio a la carta en lo que es, a nuestro servicio. Hasta hubo una parada más de lo normal para recoger y presentar en sociedad a aquella dama del hielo que hoy se deshizo y se convirtió en agua, llevando al “huerto” (perdón, “al agua”) a uno y solo un ilustre, atlético y aguerrido mozo, e incluso adulterando bebidas (con agua de mar) que al final fueron ingeridas por nuestro coordinador general. ¡Qué atrevimiento para empezar! Igual que el de otra pasajera en la fila del gallinero del autocar. Amenazaba con ponerse el biquini y lucir palmito como sirena otoñal en aguas de dudosa temperatura. No lo hizo, si bien sí que se atrevió a provocar y enervar a santos varones (con “v”) que ya están fuera del mercado, ocupado éste hoy día por gañanes con más posibles.
El momento del amanecer por la autopista hacia las Europas descubrió las primeras nieves que emblanquecían las puntas de los Pirineos, allá a lo lejos, mientras los árboles de ribera adornaban con su vestuario ocre los campos de cereales ya nacidos o aquellos otros recién arados, sometidos al descanso del barbecho. El sol permitió ver esos pueblos de la Girona del interior, con las espadañas de las iglesias en alto, siempre en el centro, verdaderas atalayas o faros qua antes debían alumbrar con más fe que ahora. Sin embargo, estas comarcas están en pie de guerra a causa de la actual gallina de los huevos de oro. Bien lo saben las endesas, iberdrolas, fenosas, e.ons y similares que, con tanto dinero fruto de los superavits de tantos Pacos Poceros, son compradas por ellos y quieren traer más energía de Francia a través de una línea de muy alta tensión, a la que se oponen muchas personas de estas zonas. El AVE es una buena y verdadera excusa.
La comarca de La Selva no es tal pero sí tiene muchos árboles y cada vez más almacenes de todo tipo, granjas y mucho movimiento ocasionado por el transporte, o sea, todo se mueve sin parar. Poco a poco el Baix Empordà se notaba porque las lomas de cualquier promontorio estaban conquistadas por urbanizaciones y casas que ascendían hasta arriba. Sus dueños querían ver el mar al fondo y, para eso, o bajar ellos a la orilla o subir sus casas a la cima. El autocar nos situó abajo y enfiló hacia La Fosca.

Encajonados hacia el mar

Todo muy urbanizado, hasta el GR. La ley de costas debe tener algún subapartado dedicado a los caminos de ronda y similares. Se empezó por terreno asfaltado, todo construido o en proceso de terminar con los pocos espacios aún demasiado naturales, con las típicas furgonetas y camiones de obras varias. Pronto las callejuelas del núcleo urbanizado de turno tenían una doble función y también acogían a caminantes que se interrogaban por qué eso y a dónde se saldría. Pues al mar, ¿dónde sino? Con terrazas espléndidas que inspiraron a sectores femeninos muy cuidadosos con los detalles prácticos: hubo quien se imaginó allí enfrente, con un desayuno con croissants recientes, con churros y chocolate humeante. Alguien, quizá más carnívora, recordó aquella idea que tuvo en Caín (León) con una tienda de campaña y un solterón hijo único en medio del prado y quiso trasladar tan grata utopía a estos lares, mirando al mar.
Lo que sí se veían era el brillo y las tonalidades del agua del mar, aquel azul del texto escolar al lado de variadas formas de acantilados, con vegetación mediterránea y también algunas especies de eucaliptos que ya empiezan a conquistar estas zonas. Un muy urbanizado GR, apto para paseos de después de cenar con zapato lustroso y la tez bien morena fruto de una jornada agotadora …echados en la playa o en la cubierta de un yate.

El desayuno y las micciones cara al mar

La playa de La Fosca estaba reluciente, igual que el resto de los recortes costeros. Tonalidades azuladas, brillos como espejos, fondos lejanos, arena casi solitaria y ausencia de bullicio. Los puertos deportivos se parecen a un caramelo sólo al alcance de una minoría, con mucha fibra kevlar, mástiles, cabos y amarres bien sujetos para evitar los quebraderos financieros de posibles tormentas (marinas, no económicas). Hay muchos, y más que llegarán pero, por suerte, Palamós también sabe lo que es un puerto de pescadores con sus afamadas y caras gambas. Por lo demás, la primera línea de mar es un continuo más de lo mismo, la industria turística casi quieta ahora, el paisaje humano reducido a pocos prototipos y muchas persianas cerradas. Por aquí aún hay muchos monumentos a pescadores, a la ya casi olvidada industria del corcho, a la guerra con cañones y a maestros de la habanera como el inefable Ortega Monasterio.
El camino se sometía al dictado de la belleza y casi al mismo guión: subir y bajar, subir, el pueblo abajo, puerto deportivo, playa, tipos, subir y vuelta a repetir. Pero quizá la mayor originalidad estaba en el discurrir de la senda. Y, claro, en el guión siempre hay una hoja que dice “Parada a desayunar”. Y en Sant Antoni de Calonge se cumplió ese enunciado a rajatabla. Fue al final de la playa, después de un promontorio por el que se accedía a una más de tantas calas. Un lugar para contemplar si no fuera porque en el grupo se produjo una curiosa dispersión y oteo de rincones no al alcance de voyeurs. La vejiga apretaba, quizá por el efecto de ver tanta agua fuera. Había que buscar un supuesto excusado y, la especie hombre, debía tener en cuenta la dirección del viento, no siendo que lo que sale hacia fuera te vuelva a mojar. Se desconoce si padecían el mismo apretujón interior aquella pareja que, entre arrumacos y carantoñas debajo de la arboleda, no tenían entre su cometido vigilar qué hacía tal grupo o a aquellos dos abuelos extranjeros que demostraron su poderío con la bicicleta.
Allí aparecieron las viandas, botas y similares y también las bebidas posteriores. Ya circulan dos termos de café y uno de té. Empiezan las primeras comparaciones como si de un seminario de aromaterapia se tratara. Mientras, listado de calçotada, últimas evacuaciones de mozas más recatadas y el camino seguía en suave ascensión.

Gritos en el agua

La sucesión de calas era continua, gracias a un camino que es un cúmulo de sorpresas. Ya no sólo era que te enseñara los farallones y cortados de cada zona, que sus balcones fueran de los mejores; podía estar asfaltado, tener luces o no tenerlas, bajar en fuerte pendiente, estar bien marcado o sin marcas, con oscuros túneles que te sorprendían al final con la blanca espuma de las olas, con vallas que te obligaban a estirar, tensar y encoger con corrección; o ascender por encima de embarcaderos, o rodear mansiones, o contemplar decoradas fachadas con flores, o bajar al trote porque te lo ponían a “h…” Y otra cala tan envidiable como la anterior pero menos que la siguiente, con un urbanismo bastante comedido en zonas casi acotadas para según qué especies humanas.
Sant Antoni de Calonge, la riera de Calonge, Punta Valentina (fortificación que da nombre a la zona), playa de Treumal, playa de Belladona, la de Sa Cova y…
En un momento dado, ya en Platja d’Aro, se empezaron a oír gritos en el agua. En un primer momento parecían de auxilio. Después, alguien mal pensado dijo que ese sonido podía disimular supuestos gemidos. No, a nadie se le pasó por la imaginación la hipotética posibilidad de que se hiciera realidad aquella frase del grupo musical Radio Futura: “Dicen que tienes un tacto divino, y quien te toca se queda con él”. Hasta que los dos seres de las aguas fueron identificados llamaron la atención. Eran una pareja, habían dejado sus ropas allí tiradas, rebozadas de arena al lado de otra joven pareja, la cual estaba también en la arena. Alguien creyó detectarles una posible y ligera subida de tensión motivada por sus posturas y actos.
Debió haber presuntas apuestas encubiertas porque, al parecer, tenían que haber sido dos mujeres y el experto nadador pero la del biquini se vendió al mejor postor. Saciadas sus ansias marinas, ambos salieron como si nada. Una voz anónima dijo que ese master en natación esta vez sí que se había llevado el conejo al agua.

La pérgola de….

Platja d’Aro tiene fama de ser un pueblo muy bien aireado. Mucho viento y más edificios. También se veía cierto paisaje humano muy propio de estas épocas de vacas flacas turísticas: auxiliares sudamericanas paseando entrañables abuelas, mesas bien surtidas de envidiables aperitivos, abuelos ya en el otoño de la vida que sesteaban en los bancos y otros que reconfortaban sus varices con ese medicamento natural que es el agua del mar. Mientras, alguien muy versado en negocios que le “pintan” bien, miraba hacia un yate en el mar que avanzaba en la misma dirección que los caminantes. Imaginó en voz alta que pronto su futuro desplazamiento sería así, como si de otro Paco el Pocero se tratara. No se vio reflejado en aquella otra pareja que tenía a su derecha: ambos, sudorosos, descansaban después del recorrido con unas bicis de montaña bien embarradas.
El camino seguía y enseñaba más calas y más puntas, muchas de ellas con influencias del mallorquín en su denominación de origen: Punta Prima, S’Agaró, Cala Pedrosa, Punta del Molar, Punta de Ses Sofreres. En medio, la senda sigue haciendo de las suyas y puede tensarse para subir, aflojarse o extenderse por en medio de arena donde las pisadas se convierten en huellas que pronto las hará desparecer el mar. No deja de ser la mejor forma de andar por los caminos: que tu paso no deje señales de que has arrastrado tus huesos por él.
Nuestro proceder debe ser una excepción, la cual se ve confirmada por las construcciones de gran solera y, entre ellas La Gavina, ese lujoso hotel por donde aún debe pasear el espectro de Elisabet Taylor y sucedáneos. También los rincones de gran belleza y buena perspectiva enmarcan fotos, postales, cuadros y demás modalidades para empaquetar paisajes. Pronto corrió la voz de que, no muy lejos de allí, aún debe buscar los restos del descorche de la penúltima botella destilada el espíritu abrevador de un insigne barón alemán, dueño de hierros y ascensores, que cayó en manos de cierta baronesa con residencia en el final de etapa y con renombrado museo en Madrid, guerrera ella con su alcalde por un quítame allá esas pajas (perdón, esos árboles del paseo de Recoletos). Y allí cerca destacaba una pérgola con buenos paisajes y caída libre. Un marco incomparable para retratarse en grupo. La estampa se hizo aunque no estábamos todos los que éramos. A partir de aquí, paso ligero por parte de algunos andarines que creyeron que aquel paseo tan bien acondicionado era para preparaciones atléticas. A un lado, señoriales mansiones. A otro, el mar con acantilados, algunos de los cuales ya son famosos por practicantes de las vías ferratas. Mientras, las diferentes especies de gaviotas despliegan su envergadura y muestran sus poderes aéreos.
Uno de los últimos pueblos del Baix Empordà, a cinco metros sobre el nivel del mar, nos recibió con la buena cara de la ya habitual carta de presentación: el puerto deportivo. Sant Feliu de Guíxols se atribuye la propiedad del topónimo “Costa Brava”, algo que no les debía importar mucho a caminantes deseosos de abrevar con buenas jarras. Si de cultura se trata, además de los Eldorados Petits y similares ejemplos gastronómicos, aquí empezó o acabó la vía férrea que partía hacia Ogassa. Lejos queda aquel año de 1842, cuando se creó para dar salida al mar al carbón de aquellas zonas. 1969 fue el año de su defunción. Hoy, como bien saben los amantes de la bicicleta, es una de las vías verdes más típicas. También el corcho es pasto de la memoria. No así la comida y la bebida del final de la etapa.
Bien aireados en una terraza, atendidos por ese personal que nos ayudará a cobrar las futuras pensiones, la comida discurrió con la placidez habitual en medio de un grupo muy numeroso. Y, de postre, la lotería oficial de los amigos de la montaña. El administrador oficial repartió números. Después, otro espontáneo hizo lo propio pero, cándido él, ya daba premio en efectivo con cada número. Devolvía más cambio de la cuenta. Por tanto, los números ya tocaban en el acto.
Lleno el ánimo con tanta costa brava, sin huellas a la vista, quizá ya las pisadas de la arena borradas por el mar para que nadie se entere de nuestros pasos, es justo agradecerle a la naturaleza lo que ella nos brinda. Atendamos la voz de los sabios como Giordano Bruno, quien dejó este buen sabor de boca en una de sus frases:
“Que la naturaleza sea la ley de la razón, no la razón la ley de la naturaleza”.

Evaristo
Terrassa, 21 de noviembre de 2006
http://afondonatural.blogspot.com

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